Quizás lo que mejor ilustra las graves deficiencias del sistema educativo español no sea ni el informe PISA, ni los resultados a menudo deplorables de las evaluaciones sino el estrepitoso fracaso de los universitarios. ¿Por qué llegado al nivel universitario el alumno español suspende tanto? Muchos han intentado buscar al culpable entre el profesorado, otros indican la desidia general de la juventud o la falta de los valores básicos. Pero la respuesta es mucho más sencilla: los alumnos españoles no saben pensar y, por tanto, estudiar solos.
Generaciones y generaciones de alumnos que han aprendido a solucionar determinados tipos de problemas, supongamos, 14 o 28, de repente se enfrentan con el hecho de que no son 14 ni 28 sino miles y miles. ¿Cómo abordarlos? La mente acostumbrada a seguir ciegamente un algoritmo es incapaz de crear uno nuevo. Si a un alumno no le han enseñado a pensar en el colegio ni en el instituto, difícilmente aprenderá a hacerlo en la universidad. Pero enseñar a pensar es algo tan delicado como una declaración de amor. Se requiere pasión, dedicación, y, sobre todo, libertad y un oyente dispuesto a escuchar. Y esto dentro de la enseñanza reglada es muy difícil, por no decir imposible.
Imagínese por un momento que todos los días de nueve a tres le obligan a estudiar algo que ni le interesa ni comprende. Imagínese, además, que en su grupo hay veinte personas que lo entienden todo muchísimo mejor que usted y otras veinte que no entienden nada y con sus estúpidas preguntas le hacen perder el poco tiempo que el profesor le ha dedicado. ¿Cómo se sentiría? ¿Realmente aguantaría así seis horas al día durante todo el año lectivo?
El principal problema del sistema educativo español es su absoluta rigidez. Es el sistema del NO por excelencia. NO permite agrupar a los niños por niveles (para que los más listos se aburran y no aprendan nada nuevo mientras que los más lentos sufren por no entender). NO permite secuenciar el material por temas (hay que ir saltando de tema en tema y quiera Dios que los demás profesores estén dando la misma página que usted). NO permite evaluar el trabajo diario del alumno subiéndole de esta manera la nota final (que dependerá, básicamente, de las tres evaluaciones, sin contar con que cualquier alumno puede tener un mal día o fallar debido a los nervios).
¿Qué podemos pedirle al profesor en estas circunstancias? ¡Pobre! Si lo único que hace es intentar dar la clase entre risitas, palmadas y desprecio generalizado para conseguir calzarles la programación como sea. Hoy día la programación es nuestro rey y señor. En vez de enseñar a pensar, llenamos las cabezas de los alumnos de información que no saben usar después y que creen absolutamente inútil. Y lo más triste es que tienen razón. Porque sin saber interpretar la información ésta última pierde todo su valor.
Frente a este panorama desgarrador hay que actuar rápido. ¿Por qué no miramos alrededor? En Estados Unidos, China, Rusia y Corea – países que más olimpiadas científicas ganan, y más científicos de renombre producen – llevan más de 50 años separando a niños por niveles. La educación basada en proyectos se lleva a cabo en muchos centros Canadá y Finlandia, y la evaluación continua se practica en todos estos países.
¡Ojo! Separar no es menospreciar u ofender, es potenciar y destacar. El sistema igualitario lleva al totalitarismo del pensamiento y al borreguismo en la conducta. Fíjense en que no hablamos de separar la élite de los plebeyos: hablamos de poder sacar lo mejor de cada niño. Estamos seguros de cada niño destaca en algo: uno en Dibujo, otro en Matemáticas, otro en Lengua, otro en Educación Física… Y es un crimen no dejarle crecer.
Pero si, me dirán ustedes, ya existen formas de tratar las diferencias entre alumnos. Se han desplegado muchos recursos para cubrir las necesidades especiales educativas (acnes). Sí, es verdad, a los alumnos desfavorables se les presta atención, de hecho, mucha atención. El tiempo y el trabajo del profesor se desvían constantemente hacia los alumnos que más problemas disciplinarios y carencias de estudio presentan. Se dedica muchísima energía a la creación de informes del equipo de orientación, al seguimiento psicológico de los alumnos, a los partes de amonestación, a la adaptación curricular, a las charlas con los padres… Ahora bien, ¿cuánto tiempo y energía se dedican a los alumnos con altas capacidades? Seamos sinceros: nada o casi nada. En ningún claustro se discutirá acaloradamente su programación, no habrá clases especiales ni charlas con los padres, ni adaptación ni seguimiento psicológico. Porque lo que interesa es subir la media. Los AA.CC. son como los nadies de Eduardo Galeano: están pero no se ven, abandonados, ninguneados.
Sin embargo, los AA.CC. son, quizás, los que más sufren en clase. Porque nada duele tanto como el deseo de aprender frustrado, como una pasión burlada por la multitud. Y de poco sirven los Bachilleratos de excelencia, porque muchos de los verdaderos genios no son genios en todas las asignaturas. Lo que necesitan son centros especializados en lo que realmente dominan: centros de matemáticas, o de química, o de historia, donde en compañía de otros como ellos puedan crecer, aprender de sus compañeros, desarrollarse juntos. Y si podemos brindarles, incluso aparte de los inminentes progresos académicos, la felicidad de dejar de ser raros, frikis e inadaptados para convertirse en personas exitosas dedicadas a lo que de verdad les gusta, ¿por qué no lo hemos hecho todavía?